Mapa en mano, y el Sol en lo alto, caminé. Disfruté una vez más de las vistas que ofrecía esta maravillosa ciudad. Parece que sólo me la recorría de noche, así ver las calles tan vivas de día resultó ser muy satisfactoria. Recuerdo cuando pasé debajo de las vías del tren. Mi iPod no pudo cubrir los estruendosos gritos que emitía la marcha del tren. Esa parte de la ciudad era desconocida aún para mi. El mapa resultó ser de gran ayuda.
La casa de Ángel es hermosa. Vive en un chalet de dos plantas, pero él sólo usa el primer piso. En el segundo reside una abuelita muy simpática. Me imagino que será su casera, no lo llegué a preguntar. Un modesto jardín te daba la bienvenida, custodiada por el pastor alemán más grande del mundo. Sólo tiene dos añitos, pero ese animal es descomunal. Lástima que mi cámara no tuviera batería en ese momento.
El interior de la casa también era algo sencillo: par de habitaciones, un baño y una cocina-comedor. Pero oye, no tenía nada que envidiar a otros pisos. El tío vive un sueño llamado Cracovia. Tengo un gran respeto por cómo se está ganando la vida.
Llegamos al restaurante. Creo recordar que se llamaba algo parecido a la Leche, pero no estoy seguro. Como siempre, mi falta de curiosidad y atención me pasan factura. Eramos Juan Daniel, Ángel, una polaca compañera de piso de este último, Magdalena y yo. Sublime mujer. Muy simpática y muy habladora. Todas las mujeres polacas lo son. Simpáticas, no habladoras.
Os recuerdo el dinero que tenía, 5 euros. Por dos euros comí una sopa polaca muy buena, Zurek, y un plato de pierogi. Me hinché, me gustó y me chupé los dedos. Cuando me dicen que algo es barato, lo es, y no es coña. Me encanta.
Pasó el tiempo hasta que todos estábamos en casa de Ángel visualizando el partido. No recuerdo haber visto un partidazo de Las Palmas como el de ese día. Lástima que empatara. El resto de la tarde la pasamos viendo fotos de la marcha y reconstruyendo los hechos de esa noche. "¿En qué momento nos separamos?. No me cuadra", dijo Ángel en un intento desesperado por recordar la noche anterior. Los croquis que dibujaba en su libreta no hacían mas que confundirnos. Acabamos por dejarlo y decidimos salir de nuevo de marcha. Nos preparamos, y partimos.
Volvimos a ir al barrio judío, esta vez para cenar. Comimos de nuevo zapikanka, pero con salchichas y cebolla frita esta vez. Gordo que soy. Y os vuelvo a recordar que tenía 3 euros. Me sobró para echarme una cerveza en un bar cercano. Barato todo, coño.
Pisamos pubs y discotecas de todo tipo. En extrañas localizaciones y de pinta oscura y siniestra. Pero incluso en la más tenebrosa de ellas, había algo de ambiente. Siempre hay un lugar aquí en el que estar.
"Todos los días pasa algo raro", dijo Ángel. Y es cierto: el caballero feudal que pedía mi cabeza, los borrachos pidiéndome de forma educada dinero para su vicio... la rareza de entonces tuvo lugar en el pub Zakaski i Wódka. Lo bautizamos como momento papopero, debido a la canción tan por la cara que pusieron cuyo estribillo era el papopero. Ese pub ponía canciones extrañísimas. Viejas de cojones y algún que otro éxito que lo petaba en su momento. Todos los residentes del lugar cantaban, bailaban, reían... hasta las camareras. Las polacas más ancianas y simpáticas que he visto por ahora. "Aquí la gente viene a pasarlo bien", dijo Ángel mientras tarareábamos canciones de Al Bano o Stand by me. Casi nos dio pena irnos de marcha al centro.
Estábamos llegando al Revolution cuándo decidí que había tenido suficiente por hoy. No me quedaba dinero y aún estaba hecho polvo por levantarme temprano después de una marcha. Mis compañeros salieron a la aventura mientra yo desfilaba por Florianska, hacia mi querido y a la vez odiado hostal. Sólo me quedan dos noches aquí. Me pregunto si mañana me levantaré para el desayuno. Todo parece indicar que no.
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