Es curioso. Nunca había salido de mi isla. Las preguntas que me hago y las curiosidades que me encuentro no surgirían nunca, de no haber salido de mi pequeño mundo. Y es que me acabo de dar cuenta de una cosa: Canarias no tiene Otoño.
Mi isla sólo pasa de verano a invierno. Hace calor y de repente, frío. También es verdad que el invierno en Canarias es un chiste. Llueve de vez en cuando y hace algo de frío. No llegas a morirte, pero la humedad hace que se te cale en los huesos, y eso es muy duro.
Pero nunca había experimentado lo que era estar en Otoño. Los días se vuelven fríos, pero el paisaje dice lo contrario. Puede haber Sol, pero sin un jersey adicional no eres nadie aquí.
El cambio más visible te lo deleitan los ojos: cómo los árboles pasan de estar alegremente verdes a tristemente marrones. Colores cálidos, pero que te transmiten una sensación de frío otoñal. Las hojas caen muy despacio. Los parques se llenan de esas hojas, otorgando una imagen muy bonita y única.
Las personas visten con colores apagados. Negro, en su mayoría. Tapadas hasta el cuello. Abrigos de cuero con capuchas de pelo de gato. Uno desentona entre tanta gente. Mi abrigo amarillo chillón es poco frecuente de ver, al parecer.
Aunque claro, nunca dejarás de ver a una polaca en falda corriendo por las calles de Cracovia. Velocidad polaca para evitar el frío y estar bien vestidos. Correcto.
Nunca había experimentado el Otoño antes. No como lo estoy viviendo aquí. Una cosa nueva más que me abruma y llena de felicidad. Mi concepto de las estaciones ha cambiado.
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