Ya había pasado más de un mes desde mi llegada a Cracovia. Muchas cosas habían pasado. Muchas nuevas experiencias. Mucha gente nueva a la que conocer, y seguir conociendo. El tiempo pasó volando, rápido y veloz. Lo compararía con el vuelo de una paloma, pero al ver lo gordas y gansas que son las palomas aquí, a uno se le quitan las ganas de hacer una metáfora.
Ya había empezado mis clases. Los profesores solían ser muy simpáticos. Daban lo mejor de sí para que los entendieras. Las clases eran exclusivamente de Erasmus, así que el nivel era más bajo que las clases polacas. La asistencia, por ejemplo. Si un polaco falta tres veces a clase, está suspenso. Son muy estrictos en ese aspecto. Para nosotros, hay asignaturas a las que puedes faltar el 50% de las clases. Los profesores velan por nuestra "necesidad" de aprender y estudiar otros cursos. Esto es un cachondeo.
Aun así, no todo era de color de rosa. Tenía cinco asignaturas, pero sólo había asistido a tres. Me enteraba de que tenía clase o no por un correo electrónico la misma mañana que tenía la asignatura. Ya sea por enfermedad del profesor o por que la asignatura se de una vez al mes, la incertidumbre de no saber si ir a clase me estaba matando. Estaba acostumbrado a una rutina. A saber que iba a pasar a continuación. Esta vida universitaria aleatoria estresa bastante.
Respecto a mi vida cotidiana, no me podía quejar. Ya tenía mi bono de estudiante de guaguas, que me servía para todo tipo de transportes públicos, así que podía ir y venir a mi antojo. La nevera estaba llena de comida, ponía una lavadora de vez en cuando, limpiaba mi cuarto cuando las montañas de polvo eran visibles... iba a mi rollo, a mi ritmo.
Por no hablar de la vida nocturna. En Cracovia hay fiesta todos los días. Que no salgas sólo implica que no tienes dinero para llegar a final de mes. Y hay que estar muy jodido para decir eso. Con cinco euros sales toda la noche y llegas contento a casa. Desde luego, el ritmo de vida aquí no es sano... aunque esa novedad nunca te aburre.
Cada día descubría un sitio nuevo. Un pub latino, el Sol. Allí iba la gente a bailar salsa, bachata y demás bailes latinos. Una pista de baile modesta, pero si llegabas a cierta hora, se llenaba. Sin ir más lejos, mi colega Juan Daniel hizo de DJ en ese lugar. No me pregunté cómo lo había arreglado para que lo cogieran de pinchadiscos, ni tampoco cómo se puede hacer una bachata con Someone like you, de Adele. El lugar estaba bastante bien para llevarte a la piba a bailar. Lástima que mi habilidad para bailar de asco.
Otro día, los chicos turcos me llevaron a una tetería, a fumar una shisha, o cachimba, como prefiráis llamarlo. Tenías que atravesar un kebab para llegar al subterráneo donde se encontraba el lugar. El ambiente me recordó mucho a los cuentos de las 1000 y una noches. Música árabe y asientos en el suelo. Una cachimba para seis personas y una taza de té egipcio. Lo cierto es que me encantó la experiencia. Fue una de las pocas veces que en el grupo, los españoles éramos minoría. Mi inglés avanzó un poquito más ese día, y mi turco empezó a nacer. Sólo un poco. Me cuesta horrores recordar lo que me enseñaron mis compañeros.
¿Qué será lo que pase a continuación?. Sólo el tiempo lo dirá... aunque últimamente siento que se me escapa de entre mis dedos. Temo cerrar los ojos y, que al abrirlos, ya haya pasado otro mes.
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