No sabría cómo describir mis sentimientos en ese preciso instante. "Así debe sentirse un niño pequeño en Navidad", pensé. Esa ilusión que teníamos todos de pequeños y que ya habíamos perdido al crecer, en unos instantes, la volví a sentir. Era mágico.
Con la excusa de ir a comprar tabaco, acompañé a dos de mis compañeras al 24 horas. Las calles se estaban llenando de montañitas de nieve acumulada. Los coches ya tenían dibujos de artistas anónimos que plasmaban sus nombres o dibujaban obscenidades. Nosotros no íbamos a ser menos.
El 24 horas se encontraba al lado de un parque muy extenso. A la vuelta, pasamos por ese parque. La nieve había caído lo suficiente como para poder coger un puñado y hacer bolas de nieves. Como si fuera nuestra obligación, nos lanzamos numerosas bolas de nieve unos a otros. Lo más divertido que he hecho nunca, sin duda. Salir de marcha y empezar una guerra de bolas de nieve sin venir a cuento sería nuestros pasatiempo favorito en los días venideros. La felicidad puede caer del cielo.
A la mañana siguiente, volví a asomarme por la ventana. El blanco predominaba por todo el paisaje. Blanco y más blanco. Había nevado toda la noche. Saqué los cereales, desayuné rápidamente y vestí mi ropa de invierno lo más rápido que pude. Recluté a un par de colegas de la resi y sin pensarlo dos veces, bajamos.
Ángeles en la nieve, una gran guerra de bolas... podría pasar todo el día jugando con esa esponjosa y helada agua congelada. Nunca había sentido el tacto de la nieve en mis manos. Daban ganas de comérsela... en serio, la tentación era enorme. Antes de hacer alguna estupidez, lancé una bola de nieve a mi próximo objetivo.
No podíamos finalizar el día sin construir un muñeco de nieve. Hacíamos una pequeña bola y luego, la rodábamos por toda la nieve. Era increíble como se adhería la nieve del suelo a la bola pequeña. Conseguimos hacer la base, el cuerpo y la cabeza. Pesaban un quintal, pero el resultado valió la pena: el muñeco de nieve alcohólico llamado Fabioski. Qué de fotos nos sacamos con él... lástima que tuviera una ínfima esperanza de vida. Se inclinaba hacia atrás cada vez más y más hasta que su columna no pudo soportarlo. Descansa en paz Fabioski, te echaremos de menos.
Pasé dos días de entero invierno. A la mañana del tercer día, volvió a salir el Sol, llegando a unas temperaturas de 10º. La nieve se derretía poco a poco, volviendo a ofrecer un paisaje semi-otoñal . Parecía que Cracovia quiso enseñarnos lo que nos depararía los próximos tres meses. "Preparaos, el invierno se acerca...", pensé.
Me esperaba un duro desafío. Recordé con nostalgia los días de verano en Las Canteras. El Sol tocando mi piel y el agua fría y salada. El perfecto equilibrio entre frío y calor. La felicidad por vivir nuevas experiencias y la tristeza por haber perdido mis viejas costumbres confundían mi estado de ánimo. Seguir adelante y no pensar demasiado. Era lo único que podía hacer.