jueves, 18 de septiembre de 2014

Amsterdam: parte 2

Nos quedamos dos noches en Amsterdam. Para cuando dejamos las cosas en el hostal, ya era de noche. Estábamos cansados, pero a la vez ilusionados. El país de la lujuria y el desenfreno. Al menos, esas eran las expectativas, dada su reputación.

Lo que procedía hacer entonces era dar una vuelta por la ciudad. Una vez echabas a caminar, todo estaba bastante cerca, y de fácil acceso. El paisaje era hermoso: una ciudad iluminada a la vera del río, que la atravesaba en múltiples canales... y los malditos ciclistas cortándote el paso, todo sea dicho.

A esas horas de la noche, estaba claro cuál era nuestro destino: Red Light district, el Barrio Rojo. ¿Cómo describirlo sin ser vulgar y soez? Callejones estrechos, iluminados con un rojo/rosa intenso. Cientos de hombres y mujeres admirando los escaparates, contemplando las "bellezas" de su interior. Una pasada, vamos.

"¿Quieres entrar conmigo?", dijo en español una de las chicas, saliendo de su escaparate. "¡No no, gracias, lo siento!", dije en un manojo de nervios y vergüenza. Otra de muchas situaciones en las que te das cuenta de que los españoles tenemos rasgos característicos, y somos fácilmente reconocibles en el resto de Europa... aunque sorprende más que una de estas chicas sea la que te reconozca. Un sentimiento de asombro y halago me embriagaba.

Otro asunto curioso que captó mi atención: la gran cantidad de puestos de comida repartidos por las calles. Desde puestos de perritos y hamburgueserías, hasta tiendas de papas fritas. Sólo de papas fritas. Increíble: "seguramente por la cantidad de gente colocada caminando por las calles", pensé. No hay nada mejor que echarse una comida guarra en plena marcha. Resuelve bastante.

La noche pasó volando, dando lugar al día siguiente. Tocaba hacer turismo por la ciudad. Supimos de buena mano, gracias al recepcionista del hostal, que todas las mañanas ofrecían un tour gratuito por la ciudad, que empezaba en la estación de tranvías. Allí nos dirigimos, pero sin éxito de encontrar a los organizadores. Después de la misión fallida, y de volver a visitar el Barrio Rojo de día, decidimos nuestro siguiente destino: ¿la casa de Ana Frank?, ¿el museo de Van Gogh? Nada de eso. Nos fuimos a un zoo.

Así es, un zoo. Un destino de lo más peculiar, dado el sitio en el que nos encontrábamos. ¿Por qué un zoo? No había una respuesta clara. Nos apeteció. Y allí fuimos.

Fue una experiencia de lo más bonita, he de decir. Animales de toda clase. La primera vez en mi vida que veía una jirafa. Varias, de hecho. Algo que poder tachar de mi lista de quehaceres de mi vida.

Ola k ase. No, yo no era la jirafa.

El día siguió, a golpito. La tarde iba cayendo y no teníamos idea de lo que nos esperaba a continuación. Un viaje dentro de un viaje. Siempre he dicho que el verdadero viaje no fue el ir a Amsterdam... pero sí que transcurrió allí

domingo, 31 de agosto de 2014

Amsterdam: parte 1

"Ya tenemos los billetes y nada que perder... ¿vamos?" Así empezó un gran fin de semana: Amsterdam.

Ya estábamos en febrero. A finales del año anterior, una amiga encontró unos billetes de Varsovia a Endhoven, ida y vuelta, por tan sólo 8 euros. El flipe era considerable. Nos organizamos un grupo de 5 o 6 personas para ir a Amsterdam. La cosa no podía pintar mejor.

Por azares de la vida, llegó la fecha señalada, y la gente se echó atrás. Justo el día anterior nos tocó decidir: ¿nos achantamos como el resto y lo dejamos correr?, ¿o nos arriesgamos y vamos mi amiga y yo solos? La decisión no pudo ser más acertada.

El primer paso fue coger el tren de Cracovia a Varsovia. Como estudiantes residentes en Polonia, teníamos múltiples descuentos. El viaje nos salió ultra barato. 3 horas de viaje y ya estábamos en el aeropuerto de Varsovia. Ahí cogimos el vuelo que nos llevó a los Países Bajos.

Fue un duro golpe el llegar y darte cuenta de que volvías al euro: todo me parecía muy caro. Tantos meses viviendo el sueño, se te hacía difícil salir de él.

Primera decepción: la guagua Eindhoven-Amsterdam, 40 eurazos ida y vuelta. El mayor truco de la historia. No contábamos con ese gasto. Podría decirse que el viaje nos costó alrededor de 50 euros. Seguía siendo una ganga, pero la diferencia era demasiada.

Durante el viaje en bus pude ver con detenimiento el paisaje: todo verde, cielo nublado... una sensación muy campestre me inundaba. Dicha sensación cambió de forma radical al llegar a nuestro destino.

Una urbe, mezcla casco antiguo con edificios muy coloridos y pequeños. El río atravesaba la ciudad, lo que le confería un encanto especial. Muchos puentes pequeños, canales por todos lados... y ciclistas a montones. En serio, la cantidad de personas que usan bici en esa ciudad es exagerada. Agobiante, quizás.

Muy bonito todo, pero acabábamos de llegar. Nuestro siguiente objetivo era buscar el hostal que habíamos reservado, aunque no fue problema, gracias a nuestra investigación previa a viaje. Mi compañera se curraba estas cosas, tenía una gran suerte.

Quedarse en hostales cuando estabas de viaje siempre era una experiencia nueva. Las habitaciones siempre eran de múltiples camas, así que podías quedarte con gente muy peculiar. En nuestro caso, no hicimos amistad alguna con nuestros compañeros de cuarto. Teníamos una ciudad entera que explorar. Tan sólo estábamos empezando.



martes, 5 de agosto de 2014

En blanco

Como todas mis historias, esta empieza con una resaca mañanera. Al avanzar los años, desde tu alocada juventud hasta tu inmadura etapa adulta, experimentas toda clase de estados de embriaguez: la borrachera feliz, típica en los adolescentes que nunca han experimentado con el alcohol; la borrachera agresiva, la cual te hace patear tanto objetos inanimados como coleguitas animados; la borrachera breakdance, la que te obliga tocar suelo repetidas veces...

Luego está la borrachera en blanco. Consiste en pasar por todos los estados posibles de borrachera hasta llegar al punto en que tu amiga amnesia te hace el favor de borrar los recuerdos vergonzantes de esa noche.

Ahí estaba yo: despierto y agonizante, sin recordar nada de la noche anterior. No me enorgullecía lo más mínimo mi estado... el cual se repetiría en contadas ocasiones a lo largo del Erasmus.

Resultaba que un amigo nuestro de la residencia tenía que volver antes de lo previsto para los exámenes de diciembre... así que el protocolo estaba claro: vodka polaco por un tubo. Lo último que recordaba era hacer una competición de chupitos con la loca de mi vecina... el resto era una nube blanquecina y borrosa de... nada, en verdad, ya que no lo recordaba.

Ese momento en que estás sentado, escuchando el relato sobre tus aventuras ebrias, es hasta surrealista. Hubo de todo: lloros por la marcha de mi colega el vikingo, magreo involuntario... hasta intenté nadar en calzoncillos por el pasillo. Ni metiéndome en la cama fueron capaces de aplacar a esa bestia parda al que yo llamo "estúpido yo".

"Al menos no salí de la residencia", pensé... aunque no era suficiente consuelo. La mitad del Erasmus y ya pasaban cosas de este calibre... y otras muchas que me guardo para mí. Y mi estúpido yo.

domingo, 27 de julio de 2014

El día a día

¿Qué haces cuando tu mayor preocupación es procurar que tu cuerpo tenga el sustento diario para sobrevivir? Pues vivir el momento, ni más ni menos. 

La idea del Erasmus era mucho más que el simple hecho de estudiar fuera de tu país natal. Mucho más que el hecho de independizarte, que el tratar con una cultura totalmente ajena a la tuya. El Erasmus es, para bien o para mal, un agujero negro en tu vida.

Es cómo empezar una partida nueva de tu videojuego favorito, importando el personaje con el que sueles jugar. No te das cuenta de la suerte que tienes en su momento, pero lo vives y lo disfrutas. Una ignorancia agradecida, que te permite vivirlo plenamente sin comerte el coco demasiado.

Cada día te levantas, resacoso de la fiesta del día anterior... y siempre había fiesta el día anterior.  Si tenías clase, desayunabas lo justo para que te diera tiempo de prepararte e irte a clase. Si no, desayunabas a la hora del almuerzo. No es algo que puedas decir con orgullo: "me levanto a las 2 de la tarde"... pero eh, no tienes ninguna preocupación, así que no pasa nada.

El ir a clase no influía para nada en este hecho: ibas, te sentabas, atendías y volvías a casa... aunque lo normal es que estuvieras preparado para el próximo evento socio-cultural del día. La universidad era fácil para los Erasmus: exámenes orales, trabajos relativamente sencillos... por supuesto, siempre estaba la opción para aquel que quería superarse a sí mismo. Sobra mencionar que yo no entraba en ese perfil.

Levantarse, comer, ducharse... y mucha cerveza con mucha gente increíble. 

- "Jesua, piwo?", preguntaba aquel que quería pasar un rato conmigo y una cerveza en mano, ya sea en la cocina, o en el césped de nuestra querida residencia. No necesitabas más. Y siempre eran conversaciones nada desaprovechadas, siempre con risas y cosas nuevas por aprender.

Ese era el día a día: sin preocupaciones. El futuro no existía, ya que no había mañana, sólo el momento.

Algunos dirán que exagero, otros estarán de acuerdo. Luego estarán aquellos que lo sintieron: el Erasmus es un agujero en tu vida, del cual no puedes decir nada malo. De ese agujero sale un nuevo tú, el cual se coloca en el hueco que dejaste hará un año de tu partida. ¿Entiendes lo que quiero decir?