Desde que llegué a Cracovia, había estado viviendo la vida a tope. No había tenido tiempo ni para pensar en mi situación actual. Lo había pasado fenomenal, eso sí. Pero dejarse llevar a la larga pasa factura.
Mi situación económica no es mala. Mi familia me ayuda enormemente, y es suficiente para vivir el mes sin que me falte de nada. Tengo un hogar, comida, dinero para transporte... administrarse el dinero no es fácil, pero se consigue llevar a cabo. No puedo hacer viajes de dos días para visitar otras ciudades y países, pero no es algo que me disturbe. Lo acabaré haciendo, cuando llegase el momento.
Mi días se tornaron más tranquilos: iba a clase, volvía a la residencia, pasaba el día mirando apuntes, tareas del hogar rutinarias, salía luego a dar una vuelta... incluso pasaba las tardes en casa de mis colegas viendo series y películas. No se nos quitaba la costumbre de estar un domingo tirado en casa en frente del ordenador. Está feo, lo sabía, pero hacía falta un día así a la semana. Salir todos y cada uno de los días cansaba... aunque parecía que eso no era excusa para seguir haciéndolo.
La re-inauguración de la Kitsch, una discoteca muy famosa años anteriores aquí en Cracovia, nos amenazaba con seguir arrastrándonos a la fauces de la señora fiesta. Y eso no era todo: coincidía con el cumpleaños del benjamín del Pachorra Team. Ese fin de semana iba a ser legendario... pero no sabría cuánto.
Decidimos ir al piso de mis colegas a beber unas birras, antes de salir de marcha. A regalo de cumpleaños, había comprado una botella de vodka. Algo sencillo, que auguraba una noche de muerte y destrucción. Abrí la puerta, dejé la chaqueta en el recibidor... y ahí estaba: el inicio del fin de semana sin ver la luz del Sol.
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