"¿Quieres ir a patinar sobre hielo?", me dijo mi vecino, Dani, nada más salir de mi habitación. Era cierto que hacía tiempo que quería ir a patinar. No tenía soltura con los patines de ruedas y ya quería meterme de lleno en el frío mundo de las cuchillas y el hielo. Pensé que mi condición monetaria me impediría asistir a tal evento, pero por suerte tenía compañeros en la resi dispuesto a correr con los gastos (no era caro, para nada... pero a final de mes siempre andaba corto de dinero, así que eventos así, para mí, son un lujo). Jodidamente adorables, sí señor.
A las 6 PM salimos derechos a la pista de patinaje. Cada vez me sitúo mejor geográficamente aquí en Cracovia, ya que era capaz de reconocer los lugares por los cuáles la guagua circulaba. Sabría llegar de nuevo a ese lugar después de haberlo visitado sólo una vez.
El lugar era nada más y nada menos que un estadio de hockey. Recordé que, anteriormente, parte del Pachorra Team había ido a ver partidos de hockey. Me pregunté si sería el mismo lugar dónde vieron dicho partido.
La entrada valía unos dos euros. Con el descuento de grupo se te quedaba en un euro y medio.Una vez pagamos todos (ejem...), nos dirigimos a los vestuarios. Si no disponías de tus propios patines, podías alquilar unos de tu talla por otros dos euros. Sencillamente sublime.
Pensé que caminar con esos patines de cuchillas sería muy difícil, pero nada que ver. Las cuchillas eran más gordas de los que me esperaba. Podía mantener el equilibrio perfectamente. Dejamos nuestras cosas en la taquilla, cogimos las entradas, y entramos.
El sitio me pareció enorme, aunque no lo era tanto. Una gran pista de hielo nos esperaba. Los que ya tenían experiencia ya estaban a varios metros de distancia. Pisé la pista y... madre mía.
Nunca había sentido tal necesidad de agarrarme a algo firme. No podía ni mantenerme recto. Más de una vez me vi en el suelo, pero salí del paso. Éramos unos cuatro o cinco personas atascadas en la entrada. Los novatos solían moverse (o lo intentaban) agarrados del borde. Yo no iba a ser menos.
Iba a velocidad de tortuga. No conseguía deslizarme, no entendía que pasaba. Por suerte, varios compañeros míos se pusieron a mi altura e intentaron darme un curso avanzado. "No hagas fuerzas con las piernas, no intentes pisar el suelo", me aconsejaron. ¿Qué cojones?. ¿Más de veinte años creyendo que para moverme tenía que pisar el suelo y ahora me pedían que no lo hiciera?. Mi confusión se elevaba por momentos.
Me resultó increíblemente difícil pillar el concepto. Relajar los pies y dejarse llevar. Si hacía fuerza, el patín salía volando, y yo detrás de él. Dani intentó ayudar empujando mientras yo me dedicaba a concentrarme en mis pies. El resultado fue una aparatosa caída. Mi culo en el suelo y nuestras cabezas chocándose. Ningún herido, por suerte.
Me costó un tiempo hasta que finalmente pude separarme del borde. Era un andar torpe, pero ya casi cogía velocidad. Qué sensación. En mi mente repetía los consejos que había recopilado de mis compañeros: "no pises fuerte, deslízate, no te inclines hacia atrás, flexiona las piernas...".
Lo pasamos todos muy bien. Alguna que otra caída y muchas risas. Para cuando por fin pensé que daría más de dos vueltas seguidas a la pista, se acabó el tiempo. Más de una hora y poco pasaron volando. Lamenté mucho no poder seguir practicando.
Me preguntó por qué significó tanto para mí esta experiencia. Incluso en Las Palmas, en invierno, solían abrir pistas de hielo artificiales para el que quisiera pasar un buen rato, pero nunca me interesó. ¿La magia del Erasmus, tal vez?. Lamentaré mucho no sentir lo mismo una vez vuelva a mi hogar.
martes, 27 de noviembre de 2012
miércoles, 21 de noviembre de 2012
El fin de semana que no vimos la luz del Sol: parte 1
No daba crédito a lo que veían mis ojos. El Pachorra Team estaba cenando en la cocina, como de costumbre. Pero mis ojos no se posaron sobre ellos. Nunca pensé que me alegraría tanto ver de nuevo esa camisa de la Unión Deportiva Las Palmas, esa sonrisa que parece decir "soy un cabrón y me gusta"... Marlon estaba ahí, comiéndose una pizza tan, tranquilo.
¿Qué cojones?. ¿Cómo?. ¿Cuándo?. Habían pasado dos meses desde que lo vi por última vez, despidiéndose de nosotros en el aeropuerto de Las Palmas. Una eternidad, que de repente, se tornó en un instante.
La noche transcurrió entre carcajadas y buenos momentos. No tardaron en llegar Ángel y Juanda a la fiesta. Al menos siete canarios reunidos esa noche en un piso de Cracovia. La cosa no podía pintar mejor: cartas, música canaria, historias y risas... tener a mi lado a uno de mis mejores amigos me llenaba de júbilo. Tanto así, que no noté el escándalo que estábamos formando. No tardaron en echarnos la bronca por la bulla que estábamos causando.
No importaba. La fiesta en el piso había acabado. Era hora de recorrer las calles al estilo polaco. Íbamos a enseñar a nuestro argentino-canario-alemán preferido de que pasta estábamos hechos.
Desobediencia civil y más risas fueron nuestras parejas en las calles. Hubo un momento en que nos quedamos Marlon, el cumpleañero, y yo, solos. Me pareció entonces una buena idea llamar a nuestros amigos de Canarias, y reírnos un rato. Que mejor forma de sacar una sonrisa a tus seres queridos que viendo como te llama tu colega desde Polonia y pensar "¿Qué cojones?". Fue un momento muy bonito y entrañable.
Marlon y yo entramos al Carpe Diem 2 a mear. así que volvimos a separarnos de los demás. Ninguno sabríamos decir donde fuimos después esa noche, pero sí sabíamos donde la terminamos: en la Kiscth.
Una cola enorme nos separaba a los ya reunidos canariones de la entrada de dicha discoteca. No recuerdo cuánto tiempo esperamos, pero conseguimos entrar. El lugar estaba abarrotado. No encontrábamos por ningún lado el guardarropa, así que nos amarramos los chaquetones a la cintura, y a la pista de baile.
La Kiscth no tenía nada que las otras discotecas no tuvieran ya. ¿Qué la hacía especial entonces?: sus horarios. Mientras que otras discotecas abrían a las 11 PM y cerraban a las 4 AM, la Kiscth abría a las 6 PM y seguía abierta hasta las 7 AM. Todo un descubrimiento, sin duda... luego nos enteramos que también era una discoteca de "ambiente", pero ya llegaremos a eso.
La noche pasó en un suspiro. Bailamos mucho, vimos a muchos conocidos ahí dentro y seguimos bailando. Esa noche fue grandiosa, por muchas cosas.
Los tres mosqueteros, Marlon, el cumpleañero y yo, marchamos al piso a las 7 AM. El frío esa mañana era considerable, mucho más que de costumbre. Entre otras anécdotas, pudimos ver cómo un polaco casi le parte la boca a Marlon. Muy gracioso: "Do you want to fight with me?. Come on, try me!", le dijo el susodicho.
Los polacos tienen fama de ser peleones. Ellos mismos lo dicen. En Polonia, es una práctica normal el pelearse unos con otros en plena calle. Adoran pelear. Puedes ver a un cirujano y a un arquitecto dándose de ostias. Todo muy cordial y civilizado. Lamentablemente, sólo en Cracovia puedes ver a algunos usar armas. Los llamados Hooligans, la oveja negra del país. Cualquier polaco debidamente en sus cabales se avergüenza de ese hecho. Locos hay en todos lados, ¿no?.
Intentamos ignorarlo y nos salpicamos de ahí. Entre más risas (todo era risa y felicidad ese fin de semana) y casi coger una pulmonía, llegamos al piso y nos echamos a dormir. El primer día con Marlon había concluido.
¿Qué cojones?. ¿Cómo?. ¿Cuándo?. Habían pasado dos meses desde que lo vi por última vez, despidiéndose de nosotros en el aeropuerto de Las Palmas. Una eternidad, que de repente, se tornó en un instante.
La noche transcurrió entre carcajadas y buenos momentos. No tardaron en llegar Ángel y Juanda a la fiesta. Al menos siete canarios reunidos esa noche en un piso de Cracovia. La cosa no podía pintar mejor: cartas, música canaria, historias y risas... tener a mi lado a uno de mis mejores amigos me llenaba de júbilo. Tanto así, que no noté el escándalo que estábamos formando. No tardaron en echarnos la bronca por la bulla que estábamos causando.
No importaba. La fiesta en el piso había acabado. Era hora de recorrer las calles al estilo polaco. Íbamos a enseñar a nuestro argentino-canario-alemán preferido de que pasta estábamos hechos.
Desobediencia civil y más risas fueron nuestras parejas en las calles. Hubo un momento en que nos quedamos Marlon, el cumpleañero, y yo, solos. Me pareció entonces una buena idea llamar a nuestros amigos de Canarias, y reírnos un rato. Que mejor forma de sacar una sonrisa a tus seres queridos que viendo como te llama tu colega desde Polonia y pensar "¿Qué cojones?". Fue un momento muy bonito y entrañable.
Marlon y yo entramos al Carpe Diem 2 a mear. así que volvimos a separarnos de los demás. Ninguno sabríamos decir donde fuimos después esa noche, pero sí sabíamos donde la terminamos: en la Kiscth.
Una cola enorme nos separaba a los ya reunidos canariones de la entrada de dicha discoteca. No recuerdo cuánto tiempo esperamos, pero conseguimos entrar. El lugar estaba abarrotado. No encontrábamos por ningún lado el guardarropa, así que nos amarramos los chaquetones a la cintura, y a la pista de baile.
La Kiscth no tenía nada que las otras discotecas no tuvieran ya. ¿Qué la hacía especial entonces?: sus horarios. Mientras que otras discotecas abrían a las 11 PM y cerraban a las 4 AM, la Kiscth abría a las 6 PM y seguía abierta hasta las 7 AM. Todo un descubrimiento, sin duda... luego nos enteramos que también era una discoteca de "ambiente", pero ya llegaremos a eso.
La noche pasó en un suspiro. Bailamos mucho, vimos a muchos conocidos ahí dentro y seguimos bailando. Esa noche fue grandiosa, por muchas cosas.
Los tres mosqueteros, Marlon, el cumpleañero y yo, marchamos al piso a las 7 AM. El frío esa mañana era considerable, mucho más que de costumbre. Entre otras anécdotas, pudimos ver cómo un polaco casi le parte la boca a Marlon. Muy gracioso: "Do you want to fight with me?. Come on, try me!", le dijo el susodicho.
Los polacos tienen fama de ser peleones. Ellos mismos lo dicen. En Polonia, es una práctica normal el pelearse unos con otros en plena calle. Adoran pelear. Puedes ver a un cirujano y a un arquitecto dándose de ostias. Todo muy cordial y civilizado. Lamentablemente, sólo en Cracovia puedes ver a algunos usar armas. Los llamados Hooligans, la oveja negra del país. Cualquier polaco debidamente en sus cabales se avergüenza de ese hecho. Locos hay en todos lados, ¿no?.
Intentamos ignorarlo y nos salpicamos de ahí. Entre más risas (todo era risa y felicidad ese fin de semana) y casi coger una pulmonía, llegamos al piso y nos echamos a dormir. El primer día con Marlon había concluido.
martes, 20 de noviembre de 2012
Día 68
Desde que llegué a Cracovia, había estado viviendo la vida a tope. No había tenido tiempo ni para pensar en mi situación actual. Lo había pasado fenomenal, eso sí. Pero dejarse llevar a la larga pasa factura.
Mi situación económica no es mala. Mi familia me ayuda enormemente, y es suficiente para vivir el mes sin que me falte de nada. Tengo un hogar, comida, dinero para transporte... administrarse el dinero no es fácil, pero se consigue llevar a cabo. No puedo hacer viajes de dos días para visitar otras ciudades y países, pero no es algo que me disturbe. Lo acabaré haciendo, cuando llegase el momento.
Mi días se tornaron más tranquilos: iba a clase, volvía a la residencia, pasaba el día mirando apuntes, tareas del hogar rutinarias, salía luego a dar una vuelta... incluso pasaba las tardes en casa de mis colegas viendo series y películas. No se nos quitaba la costumbre de estar un domingo tirado en casa en frente del ordenador. Está feo, lo sabía, pero hacía falta un día así a la semana. Salir todos y cada uno de los días cansaba... aunque parecía que eso no era excusa para seguir haciéndolo.
La re-inauguración de la Kitsch, una discoteca muy famosa años anteriores aquí en Cracovia, nos amenazaba con seguir arrastrándonos a la fauces de la señora fiesta. Y eso no era todo: coincidía con el cumpleaños del benjamín del Pachorra Team. Ese fin de semana iba a ser legendario... pero no sabría cuánto.
Decidimos ir al piso de mis colegas a beber unas birras, antes de salir de marcha. A regalo de cumpleaños, había comprado una botella de vodka. Algo sencillo, que auguraba una noche de muerte y destrucción. Abrí la puerta, dejé la chaqueta en el recibidor... y ahí estaba: el inicio del fin de semana sin ver la luz del Sol.
Mi situación económica no es mala. Mi familia me ayuda enormemente, y es suficiente para vivir el mes sin que me falte de nada. Tengo un hogar, comida, dinero para transporte... administrarse el dinero no es fácil, pero se consigue llevar a cabo. No puedo hacer viajes de dos días para visitar otras ciudades y países, pero no es algo que me disturbe. Lo acabaré haciendo, cuando llegase el momento.
Mi días se tornaron más tranquilos: iba a clase, volvía a la residencia, pasaba el día mirando apuntes, tareas del hogar rutinarias, salía luego a dar una vuelta... incluso pasaba las tardes en casa de mis colegas viendo series y películas. No se nos quitaba la costumbre de estar un domingo tirado en casa en frente del ordenador. Está feo, lo sabía, pero hacía falta un día así a la semana. Salir todos y cada uno de los días cansaba... aunque parecía que eso no era excusa para seguir haciéndolo.
La re-inauguración de la Kitsch, una discoteca muy famosa años anteriores aquí en Cracovia, nos amenazaba con seguir arrastrándonos a la fauces de la señora fiesta. Y eso no era todo: coincidía con el cumpleaños del benjamín del Pachorra Team. Ese fin de semana iba a ser legendario... pero no sabría cuánto.
Decidimos ir al piso de mis colegas a beber unas birras, antes de salir de marcha. A regalo de cumpleaños, había comprado una botella de vodka. Algo sencillo, que auguraba una noche de muerte y destrucción. Abrí la puerta, dejé la chaqueta en el recibidor... y ahí estaba: el inicio del fin de semana sin ver la luz del Sol.
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